¿Qué ocurrió en la mente de D.M., un exitoso saxofonista sevillano que vivía en Vitoria, para abusar de una niñita de 17 meses y después arrojarla por la ventana? El horror de la situación que incluyó la paliza a la madre de la pequeña, una joven de 18 años, empezó por conmocionar a los vecinos y después a todo el país. Alicia se convirtió en una víctima más de las agresiones sexuales a niños, en este caso, a un bebé.
En Gipuzkoa, según los datos del estudio sobre abusos sexuales a menores elaborado por la licenciada en Derecho y criminóloga Ainara Jauregi Sansinenea, el entorno de la familia, la gente que rodea a los padres, tiene un papel destacado en lo que a agresiones a niños se refiere. No faltan vecinos en el macabro listado, pero tampoco monitores, entrenadores, maestros, sacerdotes, un entorno muy próximo al menor que éste suele confundir a veces con muestras de atención o de cariño. Según los datos del estudio, el 35% pertenece a ese ámbito cercano al pequeño y en un 13% de los casos, se trata de la pareja sentimental de la madre.
El 74% de quienes sufren los abusos son niñas o adolescentes y el 22% de ellas recibe este maltrato entre los 5 y los 9 años, una edad muy temprana. En el caso de la pequeña Alicia, con tan solo 17 meses, la madre ni tan siquiera puede detectar comportamientos que le alerten de que algo está sucediendo, más allá de posibles pesadillas o episodios de ansiedad difíciles de justificar.
La edad
Jauregi explica que lo primero que llama poderosamente la atención en este caso es precisamente la edad de la menor -17 meses-, un dato nada usual. «Según un estudio de Echeburúa & Guerricaechevarría, generalmente la edad de inicio de los abusos en niñas se estima entre los 7 u 8 años, mientras que la de los niños se da entre los 11 y los 12. Se calcula un aumento del riesgo entre los 6 y los 12 años de edad. De acuerdo con los resultados de mi estudio, el 42% de la niñas fueron abusadas entre los 10 y los 14 años de edad y tan sólo un 11% se encontraban entre 0 y 4 años de edad».
Ella misma cita casos similares, aunque muy puntuales. «En el único caso de Gipuzkoa que podría ser similar al que nos ocupa, resultó imposible determinar a qué edad concreta la niña comenzó a ser victimizada sexualmente, si bien se sabe que ya era objeto de malos tratos físicos con meses de vida. Por tanto, resulta imprescindible recalcar que este tipo de sucesos no son nada habituales en el ámbito de los abusos sexuales infantiles. De hecho únicamente tengo conocimiento de dos casos más: uno de ellos, ocurrido en Estados Unidos hace algunos años, donde un padre empleó a su bebé para realizarse una felación y el niño se asfixió al quedársele el preservativo en la garganta. Otro ocurrió en 2014 en Brasil donde un joven violó a su hijastro de un año y 11 meses de edad, que también falleció».
Jauregi siempre ha insistido en que el hecho de que estos delitos se realicen en los ámbitos más domésticos dificulta su seguimiento y detección. En total, entre 2004 y 2014 hubo 51 sentencias en Gipuzkoa, con 69 víctimas y 63 agresores. «Esto solo es la punta del iceberg, porque el abuso infantil es un delito, pero también un gravísimo problema de salud pública, ya que puede acarrear consecuencias devastadoras para sus víctimas».
La criminóloga aclara que no quiere especular sobre el agresor, «porque hay poca información y solo la conozco por los medios de comunicación», pero sí afirma que aunque no existe un perfil concreto del abusador sexual de menores, los expertos sí establecen una distinción. «Habría principalmente dos tipos de abusadores: los primarios y los secundarios. Los primeros son sujetos que presentan una preferencia hacia los niños, debido a que su orientación sexual está dirigida primariamente hacia ellos. Apenas muestran interés sexual o emocional por los adultos, por lo que, en su mayoría, permanecen solteros y si se casan o mantienen relaciones es simplemente como tapadera o para tener acceso a menores». Una de las características de este grupo es que creen que este tipo de comportamientos con los niños es normal.
En el segundo grupo están aquellos que tienen unas habilidades sociales 'normales' y relaciones generalmente heterosexuales. «Presentan ciertos déficits de habilidades, especialmente en sus relaciones íntimas. Pueden sufrir una impotencia ocasional, una pérdida de deseo e incluso tensiones o conflictos con su pareja. Habitualmente se relacionan con adultos, pero en situaciones de soledad o estrés, recurren a los menores. En estos casos, sienten vergüenza.
Siempre con todas las cautelas, la criminóloga apunta que el agresor de Vitoria puede corresponderse con este segundo perfil. «En el caso que nos ocupa existen pocas probabilidades de que presente un trastorno mental que lo calificaría como loco, ya que los abusadores sexuales de menores suelen ser sujetos de apariencia normal, de inteligencia media y no psicóticos».
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