miércoles, 30 de diciembre de 2015

Defender la inocencia, por Carmen McEvoy

Uno de los casos de abuso infantil que aún me estremece, pese al tiempo transcurrido, es el de Pierina. Una niña de 9 años cuya madre maltrató, abusó sexualmente y asfixió hasta quitarle la vida. 
El cuerpo de Pierina –cubierto de heridas, moretones y huellas de golpes en la cabeza y en el rostro– fue hallado desnudo en el baño de su casa. Sus labios cosidos para silenciarla, su cabeza rapada y su carita ensangrentada son la expresión más elaborada del sadismo y ensañamiento de su progenitora. Esta no mostró ninguna muestra de arrepentimiento en el juicio que la condenó a cadena perpetua.
La tragedia vivida por Pierina –en la que también colaboró la ineptitud de nuestro sistema judicial– es un ejemplo extremo del abuso al que muchos niños peruanos son sometidos.
Hace un par de semanas, la policía desbarató una organización dedicada hace 12 años a la prostitución infantil. Una de las antiguas víctimas del supuesto cabecilla, apodado la Bestia, ofrecía, previo pago, a sus dos hijas de 4 y 7 años a clientes internacionales de la red.
Por otro lado, para nadie es una novedad que la prostitución infantil es una de las lacras de la minería ilegal. En un operativo se rescató a 69 niños puneños que eran trasladados a un campamento en Madre de Dios. Ahí no solo se depreda el medio ambiente, sino la ilusión y el futuro de decenas de criaturas inocentes.
En la primera mitad del 2015 se presentaron 9.495 denuncias de agresiones psicológicas, físicas y sexuales contra menores. Según diversos organismos, se han reportado 3.917 casos de violencia física y psicológica contra adolescentes, y 5.578 contra niños y niñas, de enero a junio del presente año. Sin embargo, lo más preocupante es que aún existen muchos casos que quedan sin denunciar. 
El Perú es un país abusivo con sus niños y ello lo corrobora un estudio de las Naciones Unidas. Ahí se señala que al menos seis de cada diez niños peruanos son víctimas a diario de castigos físicos y de otras formas de tratos humillantes, como insultos, en hogares y escuelas. Estos actos dejan una enorme secuela en el normal desarrollo de nuestra infancia porque los niños abusados serán, a no dudarlo, adultos abusadores.
En este mes en el que se celebra el nacimiento de un niño que cambió radicalmente el rumbo de la cultura occidental, quiero recordar a Pierina y a todos los niños inocentes que sufren de maltrato cotidiano. Porque no es posible exigir cambios estructurales si no reflexionamos, en conjunto, sobre la manera cómo tratamos y valoramos a nuestra infancia.
Hay que pensar que detrás de la mirada torva de un sicario o de un delincuente avezado existió alguna vez una criatura inocente socializada, quizá, en las calles peligrosas de la ciudad. Sin amor, sin apoyo, sin valores y sin una perspectiva de futuro y, mucho menos, de esperanza. 
En un momento como el actual, en el que la ilusión parece abandonarnos, propongo iniciar una cruzada nacional en favor de una infancia feliz. Enseñando, también, a nuestros niños a ser agradecidos, a respetar al otro, a amar el saber más que el tener o el aparentar. Y tal vez en una generación o dos tengamos esa república de ciudadanos con la que soñamos.

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