pederastasEs este artículo de los que más me ha costado escribir, por ser el tema de alta sensibilidad y de normal alarma social. Y no pretendo de ningún modo con estas líneas llamar a la sinrazón y al linchamiento gratuito, ni tampoco retar a las leyes que se encargan de calibrar a su modo y entendimiento esta grave maldad del ser que al niño pueda hacer sufrir. ¿Son los pederastas enfermos atrapados en su disparate?
Abusar sexualmente de un menor es cosa miserable, pues son estos los pederastas, criaturas a las qué a Dios no les salió bien del todo a su imagen y semejanza, sino más bien, a la aproximación de la bestia degenerada que ni el mismo diablo compartiera, por ser éste ente mucho más benevolente y concienciado. Estos sujetos pederastas y pedófilos de aficiones y conductas criminales sexuales, viven alimentados por la bajeza y la crueldad humana de su barbarie más cobarde y miserable, de sus actos irreversibles arraigados a sus malvados vicios. Y todo, para alcanzar la satisfacción sexual a través de la inocente y cándida indefensión carnal de un vulnerable y siempre frágil niño.
Con esto de las nuevas tecnologías, los pederastas en la RED, amplían su campo de caza y batida donde acorralan en su repugnante coto; esa zona de confort que ellos mismos cercan con sus tejidos de mórbidas intenciones, encontrando en ella el auténtico paraíso de su crueldad. Pues es internet una herramienta contemporánea que les permite su condición de maligna depravación, donde pueden rastrear y tantear sus canalladas y degeneraciones varias. La pederastia es una problemática creciente que preocupa a la sociedad y también a las autoridades responsables de la protección del menor.
Se conocen entre ellos, interactúan y se intercambian fotos y videos de calado que hieren profundamente las sensibilidades más cuerdas. Tienen sus miserables foros y cátedras del templo de la perversión.  Se hacen cómplices amiguetes, y crean su terrible empatía a base de enlazarse los unos con los otros con la impunidad y cobijo que creen que les da hoy en día la tecnología, convirtiéndose en cooperadores necesarios de su maldad. -El mal remendado al mal como cosa inseparable de su crueldad-. Suelen carecer de remordimientos y de éticas empáticas, vamos; lo que se dice una mente psicópata y cruel donde el placer irracional les satisface. Aunque su vida social, normalmente disimulada, les sirve de coartada para su vil instinto y su delirio para amenazar e intimidar al niño indefenso y desamparado. A veces, hasta ganándose su confianza con el manto que cubre su cobardía, para aprovecharse normalmente de víctimas criadas en el seno de  familias desestructuradas, de niños desamparados y de padres, a veces, un tanto inconscientes y desorientados, quizás mal informados.
Sigamos confiando en la justicia y en las fuerzas de seguridad, que al buen tanteo están de estos menesteres de retumbar por las tinieblas de la maldad conjugada a la obscenidad y al desprecio de la candorosa infancia. Y sobre todo, pongamos énfasis en la prevención y profilaxis de todo esto. Porque si nos dejamos llevar por la comprensible ira que se metaboliza como el azufre en sulfato vengativo que corroe nuestras conciencias, al final, como decía  Mahatma Gandhi; corremos el peligro de: “Ojo por ojo y el mundo acabará ciego.” Aunque en este caso, uno duda si debiera de haber sutil perdón para los malvados.
Que el señor de los caramelos sea perseguido con toda la fuerza que permita el amparo de la ley. Pues no se debe de olvidar que estos sujetos en todo momento son conscientes del daño que causan, cuya dimensión va más allá del delito punible y desgraciadamente es acto más frecuente de lo que parece y desearíamos saber. Según las estadísticas, el 10% de los niños sufren en algún momento de sus inocentes vidas algún tipo de abuso sexual ¡Inadmisible! ¿Castración química? ¿Un favor o una mutilación? ¡Juzgados y sentenciados! El gran problema, es que estos sujetos suelen seguir delinquiendo pareciendo que no hay rehabilitación aparente,  por no soler tener antecedentes penales en sus haberes, y el  problema radica en su obsesión y compulsión a lo largo de su decadente comportamiento anti social, actuando detrás de la máscara cobarde que los protege como un disfraz que disimula.
La ejecución de las sentencias no corresponde a los dioses, ni tampoco a los sabios más eruditos, ni a las voces que vienen de nuestras imprudencias del sentido de la justicia  en la ejecutoria del castigo, sino al juez valiente y competente que pueda dar elasticidad a la ley y a su total cumplimiento en lo atípico del procedimiento, de los qué, habitualmente y por sensatez, en el sistema acudimos y creemos en él. Porque acogido y refugiado el condenado por estas conductas no está inherente ni para el mismísimo diablo, que para estos menesteres de sentencias merecidas de calderas suficientes en los infiernos carece.
Recuerdo de niño al antiguo exhibicionista del barrio que se abría el abrigo en la puerta de la escuela para enseñar sus miserias. Colaboremos con la policía, estemos atentos en caso de conocimiento o tentativa de tal canalla actividad aportemos todos los medios de prueba contundentes de los que se dispongan y se puedan probar. ¡Confiemos en los qué tienen potestad para la autoridad y denunciemos! Pues los menores nunca suelen inventar situaciones de abuso ni fantasear con tal amargo conflicto. No se lo pongamos demasiado fácil al “señor de los caramelos”.
Sergio Farras, escritor tremendista.
http://blogs-lectores.lavanguardia.com/el-tremendismo-de-la-vida/pederastas-enfermos-o-delincuentes-48804#comment-778