jueves, 13 de febrero de 2014

Abuso sexual infantil y desarrollo psicosexual


¿Qué es el abuso sexual infantil?

El abuso sexual es una forma de maltrato que viola los derechos del niño porque es el resultado de la coerción produciéndose sin el consentimiento de quien lo sufre, en condiciones de desigualdad abusador/víctima. 

¿Con  cuánta frecuencia se produce?

Su incidencia es realmente alarmante. Según cifras del Centro para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC) de Estados Unidos, 1 de 4 niñas y 1 de cada 6 niños habrán padecido de abuso sexual al cumplir los 18 años de edad. En América Latina, según la UNICEF, son abusados sexualmente 40% de los niños, de los cuales la mayoría son niñas (80%); mientras que en Venezuela se manejan cifras que rondan por el 37,2% de la población general.

¿Por qué es tan frecuente?

La altísima incidencia del abuso sexual infantil puede explicarse en términos de que el abuso no es perpetrado por extraños sino por conocidos o personas cercanas a la familia. Según el Departamento de Justicia de Norteamérica en el 93% de los casos, el agresor es alguien que conoce al niño o es de confianza de los padres, registrándose en niños que jamás comparten con personas extrañas porque pueden ser víctimas de un vecino, un entrenador de algún deporte, alguien en la iglesia, un miembro de la familia, e incluso un maestro o maestra.

Por otra parte, este tipo de maltrato infantil es difícil de detectar porque frecuentemente no hay señales físicas del abuso y aunque las heridas emocionales son muy profundas suelen confundirse con otros factores que pueden alterar la conducta del niño. Además la mayoría de los niños no lo cuentan inmediatamente porque generalmente son persuadidos por el agresor, utilizando argumentos como que el abuso es “su pequeño secreto” y que divulgarlo le ocasionará problemas porque nadie le creerá,  la gente dirá que es su culpa o le causará gran daño y tristeza a la familia. 

Impacto en el desarrollo psicosexual
Varios autores postulan etapas del desarrollo psicosexual y, en ese sentido, puede hablarse de madurez e inmadurez sexual, dentro del proceso integral de madurez de la persona; madurez ésta última que supone el tránsito desde la total dependencia del niño recién nacido hasta la total independencia del  adulto y se  caracteriza por capacitar a la persona para hacerse cargo de la propia vida y asumir las consecuencias de los actos, lidiando de manera constructiva con el dolor. 

La madurez sexual se logra a través de un proceso de desarrollo evolutivo que ubica a la sexualidad más allá de su instancia biológica para situarla en el ámbito de una vivencia  verdaderamente humana que permite, no sólo la reproducción de la especie y el logro del placer sino la realización de la función vital de comunicación; es decir, que una persona sexualmente madura  vincula el amor con el placer como binomio indisoluble. 

En las relaciones afectivas en general, ese binomio significa que los vínculos van más allá de disfrutar momentos agradables con los otros para ubicarse en la entrega y el servicio, experimentando la compasión (vivir la pasión con) que significa acompañarlos y asistirlos en sus tristezas y dificultades. En las relaciones de pareja permite que la dirección del impulso sexual se oriente hacia una persona definida y concreta que se caracteriza por ser irremplazable (Víktor Frankl, en Segú (1992). Hacia una sexología humanizada. Buenos Aires. Ed. Planeta).

Por otra parte, la madurez sexual implica la adquisición de una identidad sexual en correspondencia con el sexo biológico mediante un proceso progresivo de discriminación  de estímulos que, en el contexto de una sexualidad vinculada con la ley natural, culmina con el período del desarrollo psicosexual conocido como “diferenciado” que impide  responder ante estímulos distintos al patrón sexual heterosexual.

Este proceso de madurez puede verse afectado por el abuso sexual que impacta negativamente en la autoestima de la persona afectando la imagen de sí misma, produciéndole problemas de autoaceptación. Nathanael Branden en su libro ¿Cómo mejorar su autoestima? habla del concepto del  sí-mismo, conformado por los conocimientos, sentimientos, deseos, pensamientos y aptitudes de la persona en una época determinada de la vida. 

De acuerdo con los planteamientos de este autor, se entiende que en el sí-mismo del adulto existe una parte del niño que fuimos y que debemos acoger escuchando atentamente lo que nos dice, aunque sea doloroso; esto significa mostrar empatía con él, ubicándonos en sus zapatos para no juzgarlo sino, más bien, entenderlo desde su realidad. Cuando se rechaza y repudia al sí-mismo niño, la persona se fragmenta experimentando un sentimiento de inadecuación que limita su crecimiento pleno. 

En situaciones de abuso sexual la relación con el sí mismo-niño es de hostilidad porque desde el sí-mismo joven o adulto se juzga al niño, rechazando su pasividad ante el abuso sin lograr comprender que no lo permitió ni le agradó sino que estaba incapacitado para defenderse del abuso sufrido. Desde el joven o adulto se siente culpa y vergüenza  creyéndose que no haberse defendido significa de alguna manera que “le gustó” la experiencia de ser abusado. Cuando el abusador es del mismo sexo podría producirse entonces un problema de identidad sexual desencadenante de la adquisición de un  patrón sexual homosexual. 

En este caso, puede hablarse del patrón homosexual como un problema de madurez afectiva proveniente de la incapacidad para ubicar en su justo lugar las experiencias de vida, positivas y negativas, dentro del cuadro general de la existencia; incapacidad que impide al niño que fuimos sentirse cómodo dentro de nosotros obstaculizando la  integración del sí-mismo niño en el sí-mismo adulto y haciendo imposible la auto-aceptación que lleva a vivir en paz con nosotros mismos, mostrando una actitud de reconciliación con todo y con todos.

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