Esperaba al conductor
del taxi blanco, y observaba a las familias indígenas en frente del Hospital
San Vicente de Arauca, vestidas con prendas ajadas de muchos colores y
caminando descalzas. Los hombres transitan delante de mujeres y niños, buscando
dónde pasar la noche. Lo más seguro es que haya un enfermo y, como suele
suceder en esta comunidad, acompañándolo vengan abuelos, padres, madres,
cuñados, hermanos y otras personas de la comunidad. Es frecuente ver en los
parques de Arauca comunidades indígenas enteras esperando a que el enfermo se
recupere. Pienso en cómo, a pesar de la influencia de las comunidades que ellos
llaman blancas, éste conglomerado de personas aun conserva este valor, que en nuestra
cultura históricamente fue delegado sólo a las mujeres, distinguidas por ser
cuidadoras. Por sus características físicas, la presencia de adultos y niños,
así como la manera de relacionarse entre ellos, creería que son indígenas de los
pueblos Hitnu o Cuiba.
También se observan
familias cultural y geográficamente llaneras, que inician el día pie en tierra,
levantándose del chinchorro venciendo una vez más las contingencias del día
anterior, viviendo intensamente el presente como un posible legado de tantas
pérdidas que les ha dejado el conflicto armado. Algunas de las familias con las
que trabajo viven en el municipio de Arauca, otras residen en la zona rural y lo
habitual es encontrar que el proveedor familiar se ausente por varios días a
trabajar en la “sabana” o campo, desarrollando labores agrícolas. En el hogar, se
queda poco tiempo de día la madre realizando labores domésticas y cuidando de
los niños, ella también, por las demandas que genera el sostenimiento de varios
familiares, igualmente sale a trabajar y contribuye económicamente en el hogar.
Los niños y niñas en cambio, corretean frente a las casas a la orilla del rio
Arauca, descalzos suben árboles, bajan mangos, se arrojan al río y entre juego
y juego pasan el tiempo. Niños y niñas un poco mayores, pisando la adolescencia
recorren calles, algunos se rebuscan para la comida, entre mestizos e indígenas
realizan travesuras cerca a la plaza de mercado bajo las miradas indiferentes
de transeúntes.
Numerosas y diversas
familias araucanas pasan frente a mí, constituyen grandes comunidades. Como sucede
en cualquier otra zona del país, estas familias presentan conflictos
relacionados con sus patrones de organización, con su estructura y etapa
evolutiva; además se distinguen de otras familias por su marco de creencias,
valores e ideologías. Ellas, presentan también tensiones y estresores
regularmente generados al interior familiar, como conflictos entre cónyuges, complicaciones
en la crianza, incremento de gastos, enfermedad de algún miembro, muerte, malos
tratos o abuso sexual. Las familias araucanas también se ven afectadas por la influencia
del contexto como desplazamientos forzosos, pobreza, implementación de
políticas públicas que generalmente promueven la dependencia económica de las
familias con el Estado, además la distribución de los actuales subsidios
gubernamentales, promocionan la labor exclusiva femenina como cuidadora del
hogar y los niños, perpetuando la ausencia paterna.
Mirando a la derecha,
alcanzo a divisar el puente internacional que de Arauca conduce a Venezuela, este
departamento es una región fronteriza, periférica y distante del centro administrativo, político y
económico del país, con dificultades para el intercambio mercantil por el
difícil acceso y salida de productos, además las personas que quieren trasladarse
a otras ciudades, deben transitar de manera terrestre por muchas horas, con el
riesgo de hallar un actor del conflicto armado. El costo de transporte aéreo dificulta
el traslado, pues supera significativamente el costo de una tarifa tradicional
con relación a costos de transporte aéreo para otras zonas del país. Esta situación
también dificulta que el mercado local pueda ser una opción viable de ingreso
económico.
Reflexiono, como
siempre, sobre las lecturas y realidades de las familias con quienes trabajo. Mi
labor, orientada a la atención de víctimas de violencia sexual, suele enfocarse
en mujeres victimizadas desde temprana edad, mujeres y niñas en riesgo por relaciones
patriarcales y relaciones inequitativas. Estas situaciones que generan
vulneración de derechos, no son nuevas, se han reiterado en el tiempo y afectan
indistintamente a las familias. Recuerdo que desde que mi madre enviudó, decidió
no volver a contraer nupcias, o unirse maritalmente de hecho por temor a que un
tercero compartiera nuestro hogar, y tuviera la ocasión de abusar sexualmente
de alguno de nosotros; una hermana mayor, mi hermano menor o yo. Mucho he
meditado al respecto, y me pregunto, acaso ¿una mujer debe sacrificar su vida
afectiva y conyugal procurando minimizar el riesgo de abuso sexual en su hogar?
Quiero creer que no debe ser así, que puede ser diferente. Aun cuando la
experiencia nos indica que la mayoría de los casos de abuso sexual se presentan
en los hogares, perpetrados por padres, padrastros, abuelos, tíos, hermanos,
familiares afines como consanguíneos, las posibilidades de superar los temores
y los factores de riesgo pueden encontrar respuesta en una adecuada
intervención.
Una adecuada
intervención que permita adentrarse en las realidades que percibe cada persona
con su mundo, cada familia con su situación, con su sentir, con su problema. Es
la narrativa, que permite descubrir nuevos mundos, nuevas realidades y
comprender en el aquí y en el ahora lo que acontece. Construir un espacio que
permita la narración individual y conjunta, tener la oportunidad de construir nuevos
significados, historias alternativas. Escuchar y construir voz a voz nuevas
realidades, externalizando los problemas y separados de los mismos, vencer
juntos sus efectos, liberándose, liberándonos. Mujeres, niñas y niños,
indígenas, familias enteras liberándose de la culpa que produce la
victimización sexual, poniendo en el problema el problema y venciendo juntas
los efectos de la misma.
En aproximadamente 8
horas estaré en Cúcuta. Debo primero transitar por la República de Venezuela, quiero
ya observar las puertas de los hogares, e imaginar como es cada uno de los
multiversos familiares. Si bien, por momentos, doy rienda suelta a mi
imaginación, mis pensamientos terminan aterrizando en las realidades de las
personas con las que día a día trabajo.
Liliana
A.
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