viernes, 8 de junio de 2012

Sentada en el andén.

Esperaba al conductor del taxi blanco, y observaba a las familias indígenas en frente del Hospital San Vicente de Arauca, vestidas con prendas ajadas de muchos colores y caminando descalzas. Los hombres transitan delante de mujeres y niños, buscando dónde pasar la noche. Lo más seguro es que haya un enfermo y, como suele suceder en esta comunidad, acompañándolo vengan abuelos, padres, madres, cuñados, hermanos y otras personas de la comunidad. Es frecuente ver en los parques de Arauca comunidades indígenas enteras esperando a que el enfermo se recupere. Pienso en cómo, a pesar de la influencia de las comunidades que ellos llaman blancas, éste conglomerado de personas aun conserva este valor, que en nuestra cultura históricamente fue delegado sólo a las mujeres, distinguidas por ser cuidadoras. Por sus características físicas, la presencia de adultos y niños, así como la manera de relacionarse entre ellos, creería que son indígenas de los pueblos Hitnu o Cuiba.  
También se observan familias cultural y geográficamente llaneras, que inician el día pie en tierra, levantándose del chinchorro venciendo una vez más las contingencias del día anterior, viviendo intensamente el presente como un posible legado de tantas pérdidas que les ha dejado el conflicto armado. Algunas de las familias con las que trabajo viven en el municipio de Arauca, otras residen en la zona rural y lo habitual es encontrar que el proveedor familiar se ausente por varios días a trabajar en la “sabana” o campo, desarrollando labores agrícolas. En el hogar, se queda poco tiempo de día la madre realizando labores domésticas y cuidando de los niños, ella también, por las demandas que genera el sostenimiento de varios familiares, igualmente sale a trabajar y contribuye económicamente en el hogar. Los niños y niñas en cambio, corretean frente a las casas a la orilla del rio Arauca, descalzos suben árboles, bajan mangos, se arrojan al río y entre juego y juego pasan el tiempo. Niños y niñas un poco mayores, pisando la adolescencia recorren calles, algunos se rebuscan para la comida, entre mestizos e indígenas realizan travesuras cerca a la plaza de mercado bajo las miradas indiferentes de transeúntes.

Numerosas y diversas familias araucanas pasan frente a mí, constituyen grandes comunidades. Como sucede en cualquier otra zona del país, estas familias presentan conflictos relacionados con sus patrones de organización, con su estructura y etapa evolutiva; además se distinguen de otras familias por su marco de creencias, valores e ideologías. Ellas, presentan también tensiones y estresores regularmente generados al interior familiar, como conflictos entre cónyuges, complicaciones en la crianza, incremento de gastos, enfermedad de algún miembro, muerte, malos tratos o abuso sexual. Las familias araucanas también se ven afectadas por la influencia del contexto como desplazamientos forzosos, pobreza, implementación de políticas públicas que generalmente promueven la dependencia económica de las familias con el Estado, además la distribución de los actuales subsidios gubernamentales, promocionan la labor exclusiva femenina como cuidadora del hogar y los niños, perpetuando la ausencia paterna.

Mirando a la derecha, alcanzo a divisar el puente internacional que de Arauca conduce a Venezuela, este departamento es una región fronteriza, periférica y distante  del centro administrativo, político y económico del país, con dificultades para el intercambio mercantil por el difícil acceso y salida de productos, además las personas que quieren trasladarse a otras ciudades, deben transitar de manera terrestre por muchas horas, con el riesgo de hallar un actor del conflicto armado. El costo de transporte aéreo dificulta el traslado, pues supera significativamente el costo de una tarifa tradicional con relación a costos de transporte aéreo para otras zonas del país. Esta situación también dificulta que el mercado local pueda ser una opción viable de ingreso económico.
Reflexiono, como siempre, sobre las lecturas y realidades de las familias con quienes trabajo. Mi labor, orientada a la atención de víctimas de violencia sexual, suele enfocarse en mujeres victimizadas desde temprana edad, mujeres y niñas en riesgo por relaciones patriarcales y relaciones inequitativas. Estas situaciones que generan vulneración de derechos, no son nuevas, se han reiterado en el tiempo y afectan indistintamente a las familias. Recuerdo que desde que mi madre enviudó, decidió no volver a contraer nupcias, o unirse maritalmente de hecho por temor a que un tercero compartiera nuestro hogar, y tuviera la ocasión de abusar sexualmente de alguno de nosotros; una hermana mayor, mi hermano menor o yo. Mucho he meditado al respecto, y me pregunto, acaso ¿una mujer debe sacrificar su vida afectiva y conyugal procurando minimizar el riesgo de abuso sexual en su hogar? Quiero creer que no debe ser así, que puede ser diferente. Aun cuando la experiencia nos indica que la mayoría de los casos de abuso sexual se presentan en los hogares, perpetrados por padres, padrastros, abuelos, tíos, hermanos, familiares afines como consanguíneos, las posibilidades de superar los temores y los factores de riesgo pueden encontrar respuesta en una adecuada intervención.

Una adecuada intervención que permita adentrarse en las realidades que percibe cada persona con su mundo, cada familia con su situación, con su sentir, con su problema. Es la narrativa, que permite descubrir nuevos mundos, nuevas realidades y comprender en el aquí y en el ahora lo que acontece. Construir un espacio que permita la narración individual y conjunta, tener la oportunidad de construir nuevos significados, historias alternativas. Escuchar y construir voz a voz nuevas realidades, externalizando los problemas y separados de los mismos, vencer juntos sus efectos, liberándose, liberándonos. Mujeres, niñas y niños, indígenas, familias enteras liberándose de la culpa que produce la victimización sexual, poniendo en el problema el problema y venciendo juntas los efectos de la misma.
  
En aproximadamente 8 horas estaré en Cúcuta. Debo primero transitar por la República de Venezuela, quiero ya observar las puertas de los hogares, e imaginar como es cada uno de los multiversos familiares. Si bien, por momentos, doy rienda suelta a mi imaginación, mis pensamientos terminan aterrizando en las realidades de las personas con las que día a día trabajo.




Liliana A.

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